jueves, 11 de agosto de 2016

CUANDO ME NOMBRAS, DESAPAREZCO.

    -No comí -dije yo-; mas, ¿por qué sospecháis eso?
    Respondió el sagacísimo ciego:
    -¿Sabes en qué veo que las comiste de tres a tres?
    -En que comía yo dos a dos y callabas.
            Anónimo
En efecto, el silencio que a veces es signo de tranquilidad, no suele ser más del enmascaramiento de nuestra propia culpa o cobardía.
El Lazarillo nos da un perfecto ejemplo de ello. 
En la vida social, ¿cuántas personas nos callamos ante las injusticias? Quizá nuestra propia responsabilidad en ellas nos hace atenazar nuestra mandíbula y mirar a otro lado.
En la vida personal, también lo experimentamos a menudo. ¡Cuántas veces callamos con la excusa de la delicadeza y de no herir al otro! Cuando en realidad tenemos miedo de no ser la persona que los demás ven cuando nos miran.