sábado, 12 de marzo de 2022

BAILAR UN VALS

 


    En estos días en los que una nueva locura amenaza nuestra existencia, sin darnos tiempo a lamernos las heridas de las anteriores batallas. 
    En estos días en los que nos empeñamos inútilmente en "recuperar" la normalidad, como si alguna vez hubiésemos sido normales. 
    En estos días en los que la sin razón nos hace exigir y protestar sin pararnos a ver a través de otros ojos.
    En este momento, justo hoy, una canción me ha recordado que la vida es tan fácil como bailar un vals. O al menos, me ha recordado cuando mi vida era tan fácil como bailar. Me ha hecho revivir momentos de adolescencia y juventud, en los que vivir era simplemente dejarse llevar y estar siempre dispuesto a bailar.
    Y no he tenido más remedio que echar una mirada a mi alrededor. Un alrededor felizmente sembrado de esa maravillosa época de la vida. No he podido evitar mirar nuestro presente a través de sus ojos. Ojos que miran el mundo a través de una pantalla. Pantalla que ha sido su única posibilidad en un tiempo de poder "bailar ese vals" maravilloso. A través de la cual han tenido que vivir esa libertad que las hormonas, que no entienden de virus, reclamaban como derecho. 
    Es cierto que yo crecí en tiempos de crisis del metal, en una ciudad como tantas otras en las que los tentáculos de la heroína se llevaron a muchos antes de poder bailar el vals, es cierto que nunca estrené bicicleta y que heredé la ropa de mis hermanos o primos. 
    Sin embargo, sí recuerdo salir con mis amigos y negociar la hora de vuelta, sin miedo a ser responsable de la vida de mis abuelos. Recuerdo experimentar con mi libertad cuando salía por la puerta de casa. Recuerdo el subidón de las fiestas y los conciertos, en los que el disfrute era proporcional al nivel de cercanía con la gente que te rodeaba.
    
    Ayer, una chica, de esas de las que nos quejamos a veces por su poco compromiso o por su faltas de respeto, me comentaba entre lágrimas lo impotente que se sentía al comprobar que después de dos años de descontrol y de la sensación de que le habían regalado sus notas, le exigían aprobar y rendir como si no hubiese pasado nada. Se hacía consciente de que aquello no fue un regalo, sino una manzana envenenada, un préstamo que a día de hoy tenía que devolver a un interés abusivo.
    Reflexionaba como justo tener que esforzarse para volver a la jodida normalidad (en este punto, ya me siento con derecho a ponerle calificativo), pero se quejaba de que a la vez que debía compensar aquello que antes no había estudiado, también había otras cosas que había dejado de hacer y no encontraba la manera de compensar.
    Esa manzana envenenada también había subido el nivel de expectativas de sus padres y con ello, el nivel de exigencia actual hacia sus resultados académicos.
    
    En este punto, me paro a pensar lo que adoro la ropa heredada y cosida por mi madre, las carreras para coger el autobús que me llevase a casa antes de las once. No envidio su situación para nada y solo pienso en la forma de enseñarles, con todo mi cariño, a bailar el vals e intentar que olviden el tiempo en que la música paró de sonar.

* Mi parte preferida de la canción: "Es mejor que lo disfrutes a que lo hagas bien y no hay que tenerle miedo a eso de fallar".