viernes, 19 de abril de 2019

LA BENDICIÓN DEL DESIERTO

Muchas veces tiene que llover, para que las cosas acaben floreciendo.
Llover bastante, porque es la lluvia la que señala el paso del tiempo, la que asienta la tierra, la que hace nacer vida bajo ella.
El mismo lugar, la misma situación, las mismas personas, las mismas ausencias, un día se vuelven especialmente aclaradoras, simplemente porque "ha llovido".
La lluvia no solamente se lleva cosas a su paso con el torrente formado, sino que hace nacer otras nuevas, que estaban ahí, enterradas desde siempre, esperando a que lloviese lo suficiente para nacer.
En esta vida de urgencias, prisas y plazos a menudo no esperamos a que llueva y nos dedicamos a regar inútilmente aquí y allá. Olvidándonos de mirar, oler y sentir a nuestro alrededor.
Cuando paras y miras, hueles, escuchas y sientes... te das cuenta del tiempo que perdiste regando, ya que no podías saber en que parcela de la tierra aguardaba esa semilla dormida.
La lluvia, reloj de vida.