miércoles, 1 de julio de 2015

LA CARA OCULTA DE LA LUNA

A menudo me he jactado de mis súper poderes. Como bruja que soy, desde siempre he sido consciente de poseer determinados dones, los cuales de forma habitual siempre me facilitaron la vida. 
Sin embargo, cada regalo de la vida, a menudo tiene un precio más caro que lo normal. 
Contando pocos años, pude descubrir con asombro que, en ocasiones sin pretenderlo me volvía invisible.
Al principio, fue difícil asimilarlo, ya que me llevaba el día agitando las manos delante de la cara de personas que no sentían siquiera el aire que levantaba en sus propias narices. Sin embargo, la decepción no tardó en convertirse para mí en un nuevo desafío ( en mi infancia los llamaba juegos, ahora en mi madurez prefiero nombrarlos como retos). 
No tardé en darme cuenta de la dosis de libertad que me aportaba, con respecto a otras personas que, supeditadas todo el santo día a las miradas y por tanto, opiniones ajenas, no podían más que cumplir determinadas reglas que dictaban otros. 
Poco a poco fui vistiendo mi invisibilidad con distintos disfraces, unos días la disfrazaba de timidez, otros de modestia y alguno que otro de responsabilidad. Debajo de cada uno de estos disfraces, se ocultaba mi verdadero don, era invisible a las opiniones y criterios de otros. 
Uno de mis momentos de invisibilidad preferidos eran aquellos que empezaron cuando empecé a frecuentar los bares ( reconozco que algo más pronto de la edad legal, gracias a mi disfraz de madurez). No tarde en darme cuenta de que el sitio perfecto era un taburete al final de la barra. Desde allí observaba las relaciones que se daban en la pista de baile, las distintas miradas e incluso en ocasiones contadas, mi invisibilidad me dotaba de la capacidad para entrar en cuerpos de otros y así escuchar lo que su mente le decía a aquel chico que no hacía más que invitar a todo el mundo, en su intento por encontrar alguien que lo valorase de verdad. O aquella chica de la risa estridente, que subía tanto el volumen para no escuchar su llanto interno, por aquella decepción amorosa.
La otra mañana, al mirarme al espejo para lavarme los dientes, me di cuenta que mi boca no estaba. ¡Había desaparecido! Puse la música para animarme, aquella que siempre me recuerda a mis 20 años y comencé a bailar por la habitación. 
De repente, vi que algo no funcionaba y miré hacia el suelo. Mis sandalias se movían solas por las baldosas y a pesar de que estoy muy acostumbrada a la magia, (las brujas es lo que tenemos) empecé a sentir cierto vértigo .
He pasado varias noches sin dormir pensando en la solución y está mañana me levanté con un propósito claro. Reuní todos mis disfraces en una pila, los rocié con gasolina y prendí un fósforo.
Mientras el poder hipnótico de las llamas me atrapaba, comencé a sentir una extraña sensación. Tenía frío al lado de una gran hoguera . Me intenté frotar los brazos con las manos pero no sentía el tacto de las mismas.
Es lo que tiene tener un don y perfeccionarlo tanto, a fuerza de hacerme invisible había desaparecido, no solamente ante los demás , sino para mí mismo.
He logrado rescatar, varias prendas de la hoguera, a cambio de algunas quemaduras en las manos. Unas manos que han vuelto a reaparecer debajo de las ampollas. 
Duelen, sí. Y eso me hace feliz. 
Sigo aquí .

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